Ella había escuchado hablar sobre agricultura. Entendió, ya de joven, que Plantar es un personaje clave en la obra de la vida. Más que protagonista, un tema principal. Y, con lo poco que escuchó, empezó a sembrar.
En arena, tierra, barro y empedrado enterró todo lo que en su saber podría ser semilla. Tesoros de piedras, maderas, carbón y, milagrosamente alguna semilla, terminaron enterrados en los múltiples agujeros que hurgó para plantar.
Estúpida esperanza: que la hizo esperar bajo el frío, la lluvia y el calor, a que cosas imposibles como piedras, ramas y carbón dieran plantas en lugares impensables.
Pero luego de muchos años encontró brotes de mango en la tierra. Los primeros brotes se secaron: aprendió a regar. Los segundos brotes se murieron: aprendió a fertilizar. Los terceros brotes crecieron fuertes pero no daban frutos: aprendió a esperar. Con los últimos brotes, quizá los más difíciles, trabajó la paciencia. Mejoró el entendimiento. Se descubrió en pos de una planta. Determinada a hacerla crecer, a producir de ella. Y al obtener el primer fruto, hubo más. Y otro, y otro más.
Y así fue como por otro par de años, su vida giró en torno a los mangos. Jugos, mermeladas, pasteles, postres, ensaladas y ungüentos. Utensilios con las cáscaras. Y más brotes con sus semillas.
Y si bien quisiera decir que vivió rodeada felizmente de sus mangos; que a su cabeza llegó el invierno y a su rostro las montañas, y que aún así los mangos jamás se perdieron; no me sentiría cómoda ya que toda esta historia me hace pensar...
En algún momento de vivir de mangos,de estar en la cima de su movida agricultora, simplemente terminó. Las nuevas semillas no dieron más brotes, las últimas frutas eran duras, secas y ácidas.
¿Y por qué? Porque yo, autor, quiero. Quiero una analogía de la vida. O quizá sólo estoy encaprichada de encontrar el conflicto.
Pero sencillamente un día dejó de ser,y con el tiempo nuestra agricultora encontró duraznos.
Dulces, suaves... jugosos. Carozo.
Mismo proceso. Casi misma historia aunque ya aprendidos los errores.
Todos somos, en distinto modo, agricultores de la vida. Tenemos que enfrentar las dificultades que se presentan y amenazan nuestra cosecha. E incluso, luego de superar esas dificultades, la misma cosecha puede darnos problemas y es entonces cuando entrenamos nuestra determinación y empezamos a entender nuestro objetivo.
¿Queremos plantar o queremos cosechar?
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